Por: LUIS ESTRELLA
En la última etapa de mi niñez, a los 11 años llegué desde Santiago a vivir a Manzanillo, perteneciente al Municipio de Pepillo Salcedo, donde mi padre, Luis Osvaldo Estrella Liz, era el Juez de Paz. En esa comunidad duré hasta los 15 años, por lo que pasé también la primera parte de la adolescencia, cursando desde el 6to grado hasta el 8vo y el primero del bachillerato lo realicé en la Provincia de Dajabón, viajando todos los días, ya que en Manzanillo la Escuela sólo llegaba al 8vo curso.
Cuando llegué a Manzanillo con 11 años, mi padre que era un ser especial, con un amor inigualable por sus hijos y especialmente por mi, su único varón y por demás el más pequeño de la familia, me encontré con un ambiente mediático favorable que mi padre se había encargado de crear. Todas las niñas de mi edad esperaban al hijo del Juez procedente de una gran Provincia, Santiago de los Caballeros, en realidad mi padre hizo un excelente trabajo de promoción y publicidad por su hijo adorado.
Puedo decir que en ese período de mi vida disfruté de muchas facilidades en relación a los demás niños de mi edad, por el apoyo y consentimiento de unos padres que se ufanan de tener un hijo, que ellos decían ser tan inteligente, de buena apariencia y de procedencia de dos familias tradicionales de Santiago, los Estrellas Liz y los Pichardo.
Desde mi llegada lo primero que me compraron fue una bicicleta que en ese tiempo no habían llegado al País, la adquirieron al comprarla a quien era un ejecutivo de una Compañía extranjera que funcionaba en Manzanillo, nativo de Puerto Rico. Ese ejecutivo la había traído para uno de sus hijos, por lo que en mi poder se convirtió en una herramienta de mucho estatus para un niño de 11 años, en un pueblo pequeño y no acostumbrado a algo tan moderno.
Al año siguiente no conforme con obsequiarme la bicicleta, mi padre nos compra a mi hermana Fátima y a mi una Yegua de paso fino, lo que vino a constituirse en otro elemento de «estatus» en esa pequeña comunidad. Recuerdo que ya mis rondas para impresionar a las chicas, no eran con mi bice, sino trotando con mi Yegua de paso fino, por lo que se pueden imaginar a esa edad tal acontecimiento.
Además de estas facilidades de mi padre para proyectar su único hijo, también me daba cada quincena cuando cobraba 5 pesos, lo cual en ese tiempo era todo una fortuna. Eso me permitía ser muy dadivoso con las chicas, brindándole en cualquier oportunidad las más exquisitas delicatesen del momento. En realidad eso me hacía tener cierta popularidad y siempre tener algunas noviecitas propias de esa edad.
Mi padre tampoco se olvidaba de comprarme siempre los mejores juegos de uso del momento, lo que hacía que para jugar lo que llamábamos Camán, siempre era el centro por tener decenas de armas, para repartir a los demás niños para el juego, por lo que se me molestaba y me iba, se terminaba el juego, ya que entonces tenían que apelar al juego con armas de palo u otros utensilios. Lo mismo ocurría con el juego de pelota, ya que era el único en el pueblo con un juego completo de béisbol, guantes, rodilleras, pechera, careta, bates y bolas.
Los más grandes para jugar tenían que permitir que fuera parte de uno de los equipos, porque en caso contrario no tenían útiles para jugar. Recuerdo en una ocasión que me molesté haciendo una rabieta propia de un niño consentido, llevándome los útiles antes de terminar el juego, lo que molestó tanto a los jugadores de mucho más edad que yo, que al marcharme un joven que debía llevarme 5 años, me tiró una piedra cuando me iba, la cual impactó en mi espalda, dejándome tirado en el suelo.
Ante este golpe de Cesar Tertulier, que fue quien me tiró la piedra, ustedes pueden imaginarse la reacción de mi padre, quien de inmediato se enteró se dirigió a la casa de los agresores y se plantó al frente de la casa vociferando que salieran todos para que se mataran ahí mismo. Por suerte las cosas no pasaron de ahí, ellos no salieron y su padre no se encontraba y luego vino la conciliación ya que éramos familias con cierta vinculación.
Aún con esta protección de mi padre, puedo decir que era muy bueno en los deportes, por lo que nunca participé con los niños de mi generación, siempre era con jóvenes de varios años mayores. En béisbol era un excelente bateador, con un contacto fino ante cualquier lanzamiento, en Ping Pong, era el mejor del pueblo, en damas también nadie me superaba, en corridas de bicicleta no tenía competencia, jugaba baloncesto, pero nunca fui muy bueno porque el tamaño no me ayudaba, aunque era del quinteto del Municipio.
A esa edad tenía una predilección por la lectura de novelas de vaquero, de las de Marcial de la Fuente sobre todo, por lo que con la obsesión que siempre me ha caracterizado cuando asumo algo, recuerdo que leía hasta tres novelas de estas todos los días, las cuales tenían por lo general más de 100 páginas. Creo que eso fue lo que me indujo al hábito de la lectura que siempre he conservado.
Así transcurrió esa parte de mi vida de los 11 a los 15 años, con una protección especial de mis padres, por lo que puedo decir que mi niñez y primera parte de mi adolescencia fue muy feliz, con mucho amor familiar. En otras entregas narraré algunas anécdotas que vive en Manzanillo y que formarán parte de la recopilación que intentaré realizar sobre la parte jocosa de mi vida, que me dice lo importante que es reírse de uno mismo.