Una persona se puede considerar madura, desde mi punto de vista, cuando ha logrado obtener la suficiente sabiduría para llegar a comprender que lo primordial en la vida es vivir a plenitud cada momento como si fuera el último, sin permitir que la mente nos mantenga atado al pasado o con una proyección constante del futuro, lo cual nos provocará inestabilidad, perturbación y sufrimiento.
Buda decía que de la mente surgen todos los estados y todos los estados entroncan en la mente, por lo que entre sus múltiples funciones están: la consciencia, la memoria, la imaginación, el discernimiento y el juicio o raciocinio. Estas funciones de la mente no es posible controlarlas y de manera asidua se vuelven en contra de nosotros mismos.
La mente, si no se estabiliza, se podría comparar con un juego de espejos distorsionantes que nos confunde y desconcierta, haciéndonos creer en muchas ocasiones que una inofensiva cuerda nos parezca una serpiente venenosa. La mente es esclava de sus propias contradicciones, no observa la que hay, sino lo que teme u otros han dicho que debe ver, es a la vez prisionera de miles de imposiciones socioculturales, patrones, modelos, esquemas.
Por esto es imprescindible limpiar la mente, porque como dicen algunos, es más peligroso la contaminación mental que la contaminación ambiental. Es necesario limpiar y reordenar la mente, lo cual sólo es posible con la atención mental, ya que la mente tiende a fosilizarse, convirtiéndonos en moldes rígidos.
Cuando esto sucede, simplemente no vivimos a través de lo que somos, sino de lo que fuimos, lo cual nos roba vitalidad, lucidez y percepción clara, deteniéndose el proceso de madurez. Ya que nos colocamos tan en el pasado, siendo víctimas de recuerdos mecánicos, que nos impide estar vivos en el momento presente, lo cual sólo podemos frenar con la atención en el aquí y ahora, evitando recuerdos indeseados y ayudándonos a verlos con tranquilidad.
El Dhammapada nos dice, «Que muchas personas envejecen ganando kilos, pero no sabiduría». Lo que nos empuja a aprender a gobernar la memoria, entendiendo que lo pasado es como un sueño, que si lo reorientamos con inteligencia, podemos recibir un gran aprendizaje. A cada momento hay que darle su importancia, evitando que la memoria nos juegue una mala pasada y nos imponga unos esquemas que nos robe la libertad de pensamientos y de movimientos.
La mente tiende a elucubrar mucho en cuestiones que no son o nunca serán, por lo que sólo la atención consciente de esos pensamientos, puede conectarnos en esos momentos con el presente, sin dejarnos dominar por un pasado irrecuperable e inmodificable o por un futuro que es sólo un espejismo.
Esa imaginación incontrolada de la mente es caldo de cultivo de tendencias tóxicas, como los celos, la suspicacia y la susceptibilidad. El gran maestro Buda dijo una vez «Ven y mira». Tres palabras que encierran una gran sabiduría, nos dice que miremos lo que es y no lo que podríamos querer que sea o que temamos que sea. Porque la mente siempre está interpretando de acuerdo a sus patrones, modelos, traumas, apegos, frustraciones y complejos.
ESTA CONSTANTE INTERPRETACIÓN DE LA MENTE NOS PUEDE LLEVAR A SER JUECES DE LOS DEMÁS. EMITIENDO JUICIOS EQUIVOCADOS SOBRE PERSONAS, QUE LA OBSERVAMOS COMO DEMONIOS, CUANDO EN REALIDAD SON SANAS Y DE LIMPIOS SENTIMIENTOS.
«LA INTERPRETACIÓN SUBJETIVA Y APRESURADA NO SÓLO PUEDE DARNOS GRAVES DISGUSTOS, SINO SER MUY INJUSTOS CON LOS DEMÁS ‘.