En Salinas de Montecristi el paisaje es deslumbrante, decenas de estanques con agua de distintos colores, edificaciones de madera que asemejan un pueblo fantasma, pequeñas montañas de sal, que se ven como diamantes, y hombres con botas de goma y carretillas de madera que trabajan extrayendo la sal de las piscinas para llevarla al depósito.
Aquí el sol parece estar más cerca de la tierra y, a pesar de la brisa fresca del mar, el calor es intenso y sofocante, quizá por la misma sal. Además, el ir y venir de pájaros que parecen fabricados de aluminio y bronce oxidado bajo un cielo salpicado de de nubes blancas, le impregnan al ambiente una atmosfera de fantasía tropical.